Nuestros ancestros eran seres sin medios científicos con los que explicar los extraños eventos que acontecían a su alrededor. Día y noche se alternaban. Sin que supieran muy bien por qué el Sol se ponía al atardecer y mantenían la esperanza de que volviera a resurgir al amanecer.
Un día nunca era igual al anterior. Es verdad que periódicamente se repetían las estaciones, los días en que el día y la noche duraban lo mismo, los días más cortos o más largos que el anterior… pero el Sol nunca estaba quieto. Su movimiento en el cielo variaba según la época.
La Luna, como un gran ojo observador, parecía juzgar todos sus actos desde el terror de la oscuridad nocturna. A veces grande, luminosa, imponente. Otras veces pequeña, casi imperceptible, e incluso algunas veces ausente. ¿Volvería aquél ser vigilante a aparecer tras una noche de Luna nueva?
Es natural comprender el origen de los sistemas de creencias mágicas y las religiones. Pues ¿qué, sino la magia, podría explicar todo aquello? Se hacía necesario honrar y hacer ofrendas a los seres mágicos que habitaban el cielo día y noche y ante los cuales el ser humano se sentía tan frágil.
Los primeros objetos celestes
Es natural que para nuestros ancestros, los objetos del Sistema Solar fueran los primeros en captar su atención. El cielo nocturno debía ser impresionante en aquella época, en una atmósfera completamente limpia. Sin embargo, el Sol, la Luna y esas pequeñas estrellas errantes de movimientos casi impredecibles, los planetas, debieron ser los primeros en captar su atención.
Imaginemos un eclipse de Luna, y especialmente un eclipse solar. Dicen que los eclipses solares son de los eventos astronómicos más importantes que una persona puede vivir. La reducción de luz, la caída de la temperatura, el desconcierto de los pájaros y los insectos… Y todas esas sensaciones sabiendo a qué se debe tal evento. Pero imagina lo que deberían sentir aquellas primeras personas, sin saber qué habrían hecho mal para que el cielo les castigara así.
De vez en cuando un cometa o algún meteoro más grande de lo normal, probablemente pondrían también en alerta a ese ser humano de antaño, el cual no tendría muy claro que eran aquellos objetos ni si eran señal de algo.
El Sol y la Luna como elementos duales
Desde antaño, el Sol y la Luna fueron tratados como elementos duales, complementarios el uno del otro. El Sol, nuestro padre, el creador de vida y fecundador de la Tierra. La Luna, nuestra madre celeste, nocturna y misteriosa, más asociada a la muerte que a otra cosa. El Sol símbolo masculino de alegría, luz, fiesta y abundancia material. La Luna, símbolo femenino de recogimiento, oscuridad, reflexión y abundancia espiritual.
Sin duda, casualidad o no, lo cierto es que el ser humano se ha visto influenciado en gran medida por estos dos objetos celestes. Hoy en día tenemos unas vidas muy ajetreadas para sentarnos a reflexionar, pensar y entender el significado asociado al Sol y a la Luna. Creemos que sabemos más que nuestros antepasados, hombres y mujeres de las cavernas. Pero no nos equivoquemos, somos nosotros los que estamos cegados ante el significado espiritual de la naturaleza que nos rodea.